20 de agosto de 2013

Carmen Dell' Orefice

Tiene 82 años y trabaja de linda, pero no de abuela linda: a Carmen Dell’ Orefice los hombres le quieren dar. Blanquísima, flaca y larga, tiene la no presencia de las modelos, esa imponente ausencia de redondeces y una cara que te deja mirándola bobamente, como al fuego.
Es linda y la cagaron y por eso dice que trabaja aún. Bernard Madoff, el estafador más grande de la historia de Wall Street, se quedó con sus ahorros y ella tuvo que volver al mercado laboral. Desde hace setenta años Carmen hace lo mismo: muestra su belleza. Los 82 aparecen con la voz tijereteada de la nena neoyorquina que empezó a los trece posando para Dalí y a los quince fue tapa de Vogue. Pero las orejas son las mismas y por eso las esconde bajo el pelo blanco, batido. Su mamá le decía que eran horribles y ella cree que es verdad.
Ahora Carmen está de novia con un escritor de sesenta y pico, con el que coge, claro, porque Carmen coge y cogió bastante: en el medio se casó tres veces, abortó dos y tuvo una hija. A los sesenta se hizo una histerectomía porque había indicios de cáncer y dice que el sexo después de eso fue genial. Igual que antes.
Carmen nació católica, se hizo judía para casarse –coger– con uno de sus maridos y crió a su hija como protestante –porque el segundo marido lo era–. Para ella el amor romántico precisa de una integración, “de la intuición que está arriba del ombligo y el instinto, que está debajo”.
No es religiosa ni espiritual, ella dice que es decente. “Esto no es religión, es Chanel”, dice y agarra un crucifijo enorme, que cuelga de su cuello. Le faltan arrugas. Algo no está bien. La falla se compensa por momentos cuando en algunos movimientos le sobra piel.
Se enoja un poco cuando se le pregunta por cirugías, porque sólo se hizo un pulido muy agresivo, a los 37, porque practicaba deportes acuáticos y con el sol se ponía negra; no morena, negra. Un doctor le dijo que podía salvarle la cara del daño solar.
Tiene una camisa desabotonada que muestra algo el escote y cuesta adivinar si los pechos no están altos o grandes por la edad o porque es modelo o porque se pulió.
El tiempo ha pasado en su escote. Y en todo lo demás también. Carmen extraña a los amigos que se murieron porque es lindo tener a alguien que quiera saber cómo está ella. Porque es terrible cuando tiene dolor, porque nadie puede arreglarlo, porque su dolor, dice, es su trabajo, pero ellos podían entender que estaba lastimada. Y eso alcanzaba.

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