Desde
1986 vengo a este edificio en el que estoy ahora, escribiendo esto. Venía a visitar a mi viejo, fotógrafo.
Merendé, cené y lo esperé dibujando en la sala de fotografía, hasta que
él terminara su trabajo.
Desde el 2000 y hasta algo así como el 2004 combinamos el momento de la merienda por mail. Las hacíamos parados, de pie, en un pasillo. Yo ya era periodista y mi viejo un editor de fotografía con el que más de una vez discutí. Y me reí mucho en los pasillos con él y de él. El se jubiló, yo seguí y acá, para muchos, los más viejos, soy "Panchita".
Hoy tengo 34 años. Después de 25 años de venir muy seguido, La Nación se muda a Vicente López.
Desde el 2000 y hasta algo así como el 2004 combinamos el momento de la merienda por mail. Las hacíamos parados, de pie, en un pasillo. Yo ya era periodista y mi viejo un editor de fotografía con el que más de una vez discutí. Y me reí mucho en los pasillos con él y de él. El se jubiló, yo seguí y acá, para muchos, los más viejos, soy "Panchita".
Hoy tengo 34 años. Después de 25 años de venir muy seguido, La Nación se muda a Vicente López.
Hoy me despido del edificio que hizo que mi
viejo tuviera "olor a diario" y andá a saber cuánto de eso tuvo que ver
con mi amor por escribir. Gracias, viejo, por el olor feo más lindo del
mundo.
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