No hay mantel ni flores de verdad. En el centro de la mesa,
desde una taza de vidrio de las irrompibles asoman ocho marcadores Pizzini a
los que parece que recién les apagaron el Samba, recostados sobre el filo color
caramelo. En la cocina de un PH de San Telmo, Tute estaca el codo izquierdo y
barre con el antebrazo hacia afuera unos bocetos. Cuando abre el paquete de
facturas comienza el ritual del mate y a despegarse las esquirlas-stickers de
medialunas. Antes del mate estaba trabajando en una página de unos
revolucionarios de la apatía. Tipos convencidos de la nada, que no quieren
hacer nada. Dice que quizás es una bobada. Y sonríe. Pero sonríe.
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